En mi caso, me toca realizar auditorías a las enfermeras en el hospital donde trabajo. Estas auditorías implican observar cómo llevan a cabo ciertas prácticas para garantizar el cumplimiento de nuestras políticas internas. Hasta ahí todo bien. El problema surge cuando esta práctica no está regulada y no se proporciona formación a los auditores. Simplemente nos dicen: "ve allí y observa estas prácticas". Esta falta de regulación hace que las enfermeras no quieran colaborar, ya que se sienten evaluadas profesionalmente, lo cual no contribuye a su satisfacción laboral. Además, las auditoras tenemos otras responsabilidades y no podemos pasar todo el día esperando que se lleven a cabo estas prácticas. En resumen, es una situación frustrante tanto para las enfermeras como para nosotras, las auditoras.
La situación ha llegado a un punto en el que me vi obligada a presentar una queja. Ayer, fui a realizar una auditoría y la enfermera se negó a colaborar conmigo. Tras ofrecerme a esperar hasta que ella pudiera atenderme, etc., decidí retirarme de la unidad y comunicarlo tanto a su superior como al mío. La respuesta de la coordinadora de las auditorías es que debo llevar a cabo las auditorías, pero que no quiere que esto suponga un problema adicional para las enfermeras. Esto no tiene sentido: o realizamos las auditorías o no las realizamos.
Aunque mi queja no ha cambiado nada, estoy contenta de exponer mi criterio, aunque siempre con tacto y profesionalidad. Me siento orgullosa de haber defendido mi criterio y a mí misma. El problema no radica en la enfermera que se negó a colaborar conmigo; la entiendo perfectamente. El verdadero problema es la falta total de estructura y formación, y eso es lo que he comunicado. Por supuesto, cuando defendemos nuestro criterio, debemos ser flexibles y aceptar lo que la otra parte nos pueda ofrecer. No podemos obligar a otros a ver nuestra verdad o a seguir nuestro criterio. Sin embargo, nos debemos a nosotros mismos expresar nuestra opinión y nuestros estándares, cuando es oportuno.